Muchos creen que los hechos día a día no afectan los
otros aspectos de nuestra vida con los que aparentemente no tienen comunicación,
sino que se circunscriben al pequeño ámbito en el que sucedieron. Sólo soy
desordenado en mi cuarto; sólo estafo a la autoridad; sólo robo al rico. Falso.
Todo lo que nos pasa nos modifica.
Así pues, creo que el plástico fue la más grande
revolución neuronal que tuvo la humanidad durante el siglo XX. Se cambió del
patrón de ahorro (recipientes de vidrio, madera, porcelana, que duran y
requieren cuidado) al patrón del gasto, del consumo (el plástico en sus cientos de formas). El plástico es como el
mercado laboral: si se rompe/daña/destruye, no importa: hay otros que lo pueden
remplazar y a bajo costo.
Ahora, las cosas ya no se cuidan. Son
efímeras. Es la ley del plástico: usar y botar.
Y eso se ha extendido casi como una plaga
neurológica en todos los usuarios de plástico. La pregunta más frecuente es ¿cuánto me va a durar? Ya no se valoran
los celulares, los televisores, las computadoras, las relaciones, los amigos, las alcaldesas. Como se puede cambiar,
entonces no me preocupo. Qué más da. Voto por quién sea y luego no me hago
responsable.
Esa forma de pensar le está pasando la factura a la
alcaldesa de Lima, Susana Villarán, quien ha visto caer su aprobación a menos de 20%. No se dio cuenta que su grupo electoral,
los jóvenes, son “plastiquistas”. Estos “plastiquistas” ahora han decidido que
la alcaldesa ya no les sirve y, bajo este patrón, las cosas que ya no sirven
tienen un destino: el tacho de la basura.
S.B.
S.B.
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